Aunque Maggie O’Farrell (Irlanda del Norte, 1972) contaba con una trayectoria literaria asentada, muchos la descubrimos con Hamnet, publicada originalmente en 2020 y traducida en 2021 por Concha Cardeñoso para Libros del Asteroide. O’Farrell regresa a las librerías en español con El retrato de casada, la recreación ficcionada de la vida de Lucrezia de Médici, hija de Cosimo di Medici y de la aristócrata española Leonor Álvarez de Toledo, que fue a su vez hija del virrey de Nápoles más famoso, don Pedro de Toledo.
Lucrezia de Médici, que vivió a mediados del siglo XVI, fue casada a los 13 años con Alfonso II del Este, duque de Ferrara, aunque no fue a vivir con él hasta los 15 por considerarse que no había alcanzado la madurez sexual. La joven florentina murió un año después de tuberculosis, aunque se especuló con que pudo ser envenenada por su marido, tesis a la que O’Farrell se abraza para construir el retrato psicológico de Lucrezia, a lo largo de su infancia y su breve e infeliz matrimonio.
El retrato de casada
Autora: Maggie O’Farrell
Traductora: Concha Cardeñoso
Editorial: Libros del Asteroide
Páginas: 386
Año de publicación: 2023 (original: 2022)
Correrán los años y el magnetismo de la Italia del Renacimiento seguirá vibrando con una intensidad peculiar. Algo tendrá que ver aquello que tan afiladamente sintetizaba el personaje de Harry Lime (en el cuerpo de Orson Welles) en El tercer hombre (Carol Reed, 1949).
In Italy for thirty years under the Borgias, they had warfare, terror, murder, and bloodshed, but they produced Michelangelo, Leonardo da Vinci, and the Renaissance. In Switzerland, they had brotherly love, they had five hundred years of democracy and peace, and what did that produce? The cuckoo clock”
O’Farrell cultiva este contraste entre la sofisticación estética del renacimiento y la crueldad de sus manifestaciones políticas.
En El retrato de casada, la escritora norirlandesa toma la decisión de contar a quien lee y desde el primer capítulo que la protagonista sabe que su marido la va a matar. Quien toma el libro, conoce además desde la propia sinopsis que Lucrezia murió al poco de casarse y que se sospecha que fue envenenada. En la ya clásica dicotomía hitchcockiana entre sorpresa y suspense, la autora se abraza a este. O’Farrell se entrega a la construcción psicológica del personaje, a la relación con su mundo, al proceso de retratado, al descubrimiento de la dualidad temperamental de su marido (como Jano, parece tener dos caras). Las página pasan y nos preguntamos, a la espera del golpe: ¿cuándo se torció todo?
Es uno de los talentos más destacados de la narradora, la capacidad para crear el suspense, para recrear ambientes amenazantes que resultan más perturbadores en cuanto que se producen en entornos de una belleza y de un esteticismo excepcionales, como el palazzo florentino de los Medici, la naturaleza con la que se topan en los Apeninos o la delizia a las afueras de Ferrara en el que Lucrezia y su séquito se refugian inmediatamente después de la boda.
Así por ejemplo, viviendo en ese vergel, una finca rústica con edificaciones en medio de la naturaleza, Lucrezia asiste a la violencia ejercida por el consigliere de su marido contra un criado:
Desde el lomo de la singular mula albina ve que un criado -un joven de rostro simpático y tierno que va sobrecargado de equipaje- tropieza con un escalón bajo. Las cajas y las bolsas se le escapan de los delgados brazos y se caen al suelo. Los papeles y los sellos de cera se esparcen por la tierra reseca. El chico se arrodilla e intenta recogerlos, les quita el polvo con las manos. Otro criado algo mayor -secretario del despacho- lo regaña a voces y le da golpes en la nuca. Mientras Lucrezia mira la escena y compadece al chico preguntándose si los papeles serán muy importantes y el percance disgustará a Alfonso, Leonello Baldassare se agacha sin mirar y agarra al chico por el cuello de la camisa. Lo levanta del suelo, coge una de las cajas que se han caído y la estampa la cara varias veces contra la dura tapa de madera.
El día, tan brillante, se oscurece como si el sol se hubiera escondido y el ruido de los golpes -una forma blanda contra una superficie dura, como cuando se cae una col al suelo- resuena en todo el patio y choca contra las tejas, las paredes y las caras de pasmo de los demás criados”
Rigor histórico en ‘El retrato de casada’
¿Qué es una novela histórica? Cuando utilizamos esta etiqueta aplicado a la literatura, pensamos en libros donde el trasfondo histórico es escenario para el thriller, con tramas argumentales llenas de peripecias. Historias en la que prima la acción sobre la construcción de personajes y que, con suerte, pueden entroncar con la mejor tradición de la novela de aventuras. Obras, en fin, cuya autoría será fácilmente sustituible por inteligencias artificiales.
En ese sentido, nunca sentí el interés de comprobar el rigor histórico de Hamnet, a pesar de que está protagonizada por personajes que sabemos existieron (Shakespeare, su mujer, su hijo). Por la manera en la que la autora británica construye la historia, por la mirada que emplea y el ángulo que adopta, en ningún momento tuve la sensación de estar leyendo una novela histórica. Y cuando me refiero a que no pensé que estuviera leyendo una novela histórica quiero decir que mi exigencia de fidelidad a los hechos históricos disminuye.
Maggie O’Farrell teje en Hamnet todo un universo en torno a la cotidianidad de Agnes, protagonista principal de la novela, William y el hijo de ambos. La maestría de O’Farrell reside, entre otros aspectos, en la capacidad de crear una estructura con vida propia a partir de elementos muy pequeños, a partir de un suceso nada espectacular para aquella época, la muerte temprana de un hijo y el viaje de construcción de la identidad femenina de Agnes.
En el caso de El retrato de casada, sí he indagado algo sobre su historicidad, imagino que por la muy debatible idea de que una novela histórica lo es cuando habla de personajes que han tomado parte en la historia política del mundo. En este caso son Los Médici, los Álvarez de Toledo, el ducado de Ferrara…
Como O’Farrell misma explica al final de la novela, los principales cambios son dos. El primero es que en la realidad histórica, Lucrezia se casó con 13 años aunque siguió viviendo con su familia en Florencia, encerrada, eso sí, mientras Alfonso del Este marchaba a luchar a Francia. Con 15 años, se fue a vivir con él a Ferrara. Esta fecha es en la que Maggie O’Farrell une boda y viaje. La segunda variación es que ha cambiado el nombre de las dos hermanas de Alfonso para no confundirlas con la protagonista y su madre. Son dos elementos que no suponen ni traiciones a la Historia ni engaño a la persona lectora.
A estas dos variaciones se suma otra que puede no considerarse tal, sino invención. El pintor que en la novela crea el retrato del título se llama Il Bastianino, construcción de O’Farrell obviamente inspirada en Il Bronzino, que fue el autor real de un retrato de Lucrezia de Medici que recuerda al de la ficción.
A partir de ahí, existirá una crítica habitual en la novela histórica: que la mirada de la protagonista no se corresponde con la del tiempo que le tocó vivir. La Lucrezia de Medici de Maggie O’Farrell es muy consciente de su opresión, tanto familiar como conyugal; se siente una incomprendida; es una mujer con un temperamento libre y creativo a la que sus padres postergan y su marido considera un objeto. Esta conciencia nos resulta muy contemporánea. O quizá se pueda pensar que es difícil saber cómo era la conciencia de estas mujeres, pues nos llegó mediada por textos en las que no intervinieron. Quizá lo que nos resulta poco renacentista es la manera literaria en la que O’Farrell construye el personaje, a través de la psicología.
En cualquier caso, no veo problema en esta actualización de la mirada de los personajes. Mientras no haya una tergiversación que busque manipular la Historia y engañar al lector, creo que la ficción debe tener la capacidad de revisitar, de recrear, de reinventar.
Esta crítica clásica (hecha, generalmente, por mentalidades conservadoras, como si lamentasen con nostalgia la actualización contemporánea de la historia pasada) me recuerda a una escena de El tormento y el éxtasis, la película protagonizada por Charlton Heston sobre el proceso de creación de los frescos de la Capilla Sixtina. En un momento dado, un grupo de cardenales visita la estancia para ver cómo evolucionan los trabajos de Miguel Angel. Y cada cual da su opinión, criticando que se enseñen los genitales de los personajes, que no se sigan exactamente los modelos grecolatinos… El personaje de Miguel Angel hace esta defensa de su originalidad, de acuerdo a su tiempo:
La elegancia literaria de O’Farrell
Una de las características más peculiares de la obra de O’Farrell es la elegancia de su estilo. En El retrato de casada las páginas se convierten en ocasiones en un lienzo sobre el que la autora británica extiende sus pinceladas. Una forma de escribir que transmite una sensación pictórica propia de la trama y la época del libro.
La noche las envuelve, la oscuridad es cada vez mayor, como si una brocha invisible pintará el aire de negro. Van por un camino ancho flanqueado de hileras y más hileras de árboles frutales; al principio, Lucrezia distingue ramas cargadas de curvas redondeces: melocotones y tal vez limones con forma de lágrima. Pero enseguida se cierra la noche y no se ve nada”
O cuando escribe:
Se vuelve a contemplar las composiciones que ha puesto en la mesa, cerca de la ventana: un cuenco de melocotones, una jarra de agua, un panal en un plato verde, en medio de su propio charco dorado. Inclina la cabeza a un lado, después al otro. El paño morado oscuro está bien: su color contrasta y vibra con el anaranjado de los melocotones y el dorado de la miel, y los pliegues caen con gracia. El sol roza las curvas de la fruta con dedos de luz”
Junto a este estilo pictórico, sensual, lírico, exquisito, O’Farrell vuelve a demostrar su enorme talento para la construcción psicológica, al más puro estilo Virginia Woolf.
Lo que menos me ha gustado
Hay dos razones que en una primera digestión de la novela hacen que no me parezca redonda. Una es un poco más objetiva y otra plenamente subjetiva.
En primer lugar, creo que tarda demasiado en entrar en la parte con más ritmo emocional y argumental, que se desarrolla a partir de la boda. Son cien páginas, hasta que llega a ese punto, dedicadas a su infancia. A lo largo de ellas se nos describe a una Lucrezia creativa, artística, diferente a sus hermanos y hermanas, con el posible objetivo de transmitirnos esa sensación de opresión, de incomprensión, de jaula de oro en Florencia. Sin embargo, están llenas de elementos creo que bastante previsibles. Los personajes no me parecen especialmente atractivos. Ni las relaciones entre ellos. Echo de menos una mayor originalidad. La sorpresa.
Por otro lado, y esta es la parte más subjetiva a la hora de juzgar cierta desconexión personal con la novela, me ha resultado cargante toparme con un nuevo retrato de la toxicidad masculina extrema. Quizá me pilla cansado porque últimamente he leído unos cuantos ejemplos. Tengo la sensación de que está de moda. Esos retratos me apelan como hombre, porque creo que ponen de manifiesto ciertas cuestiones testosterónicas de gestión de la ira y la violencia que sea por cultura, por biología o por ambos motivos, deben ser fundamentales en una indagación sobre la masculinidad. El bifrontismo de Alfonso del Este puede ser muy masculino. De macho alfa. De hombre inseguro que necesita reafirmarse. Pero me tienen un poco exhausto emocionalmente.
El año pasado los encontré en La ciudad, en Cauterio… Incluso el padre de La familia es también una masculinidad tóxica aunque desde otro lugar. También Vengo de ese miedo, de Miguel Ángel Oeste…
Me apetece encontrarme con personajes masculinos que, sí, tengan luces y sombras, pero no a lo Caravaggio.