Reseña de ‘Éramos otros’, de Andrés Trapiello

Hay libros que se le ofrecen a uno como morada. Alojan, abrazan, recogen confortablemente. Me pasa que me llevan a un mullido sillón, frente a una fuente de calor en el crudo invierno, aunque sea verano, mis pies calzados con unas pantuflas, que son el summum de lo hogareño. Los tomos de los diarios de Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953), que viven bajo el título general de Salón de pasos perdidos (Spp), provocan en mí esa imagen cliché y sin embargo particularmente sentida. Pocos libros logran, en el estrés de las abundantes lecturas, de la presente acumulación cultural, que quiera postergar su final. El Spp lleva años consiguiéndolo.

Todo esto, en fin, para hablar de la vigesimocuarta entrega de los diarios del autor leonés, Éramos otros, que relata las vivencias del protagonista a lo largo del año 2010, una época la que publica la reedición de su libro Las armas y las letras, en el que España gana la Copa del Mundo de Fútbol o en el que AT viaja a Nápoles, a Menorca, a Bruselas o Badajoz, además de relatar sus habituales estancias en su casa de campo de Las Viñas o sus dominicales visitas al Rastro.

Este Éramos otros llega dos años y medio después de Madrid, libro en el que mezcla la historia de la ciudad con su propio devenir vital, atado a ella desde los 70, y que para mí tiene algo de precuela del Spp.


Éramos otros, diario de Andrés Trapiello

Éramos otros

Autor: Andrés Trapiello

Editorial: Ediciones del Arrabal

Páginas: 496

Año de publicación: 2023


Una lectura en marcha

El Spp, lleva como subtítulo “Una novela en marcha”. Una frase de Fortunata y Jacinta en el frontis de cada entrega reivindica el género narrativo de este proyecto literario: “Por doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela”. No es una pose -aunque a mí pudo parecérmelo hace tiempo-. Trapiello defiende que estos diarios son novela.

Para justificar que el Spp es novela, Trapiello se acoge, entre otras razones, al proceso de elaboración de la obra, que incluye recreación, invención y montaje, como él mismo ha explicado repetidamente. El proceso es el siguiente: AT escribe unas notas en el presente histórico, que pueden sumar unas doscientas páginas -según me contó en una entrevista reciente-. A partir de ahí, años después, cuando toque, lo poda. El texto resultante es una cuarta parte de lo escrito, que reelabora durante unos meses en lo que él llama “una escritura frenética”.

Comienzo con este resabidísimo debate para los ya iniciados pensando en aquellas personas que no conozcan a fondo este monumento literario, pues eso es, en cualquier caso, el Spp: una empresa literaria de envergadura descomunal que comenzó allá por 1990 y que solo se detendrá cuando el Andrés Trapiello real no sea capaz de escribir.

Quienes hemos acompañado el curso de este torrente narrativo desde hace años nos regodeamos en esta lectura también en marcha y esperamos seguir haciéndolo. Las personas que lean en el futuro los diarios al completo, si es que alguien más allá de estudiosos y bibliófagos lo hace, los vivirán de otra forma, pero no desde luego con esta simultaneidad que tiene algo de performance literaria.

Precisamente sobre la inabarcabilidad del Spp se habla en Éramos otros, a raíz de un encuentro entre AT y el crítico J(ordi)G(racia) en el que este le anima enérgicamente a cerrar el proyecto, a dejar de publicar sus diarios. (Y este encuentro creo recordar que lo relataba en el tomo que estuviera editando por aquel entonces, 2010.) “No vas a conseguir que nadie lea ya unas páginas nuevas que no añaden nada a lo que ya habías escrito”, dice AT que le dice su amigo crítico. AT habla entonces de dos lectores partidarios de sus diarios con los que se habían topado en la cena, a lo que el crítico dice que “para ellos es un droga, pero ya no es literatura”. [JG, en cualquier caso, trece años después, dedica una elogiosa reseña a Éramos otros, así que tan mal ya no le parecera el empeño literario]

Y en esos dos partidarios nos reconocemos los adictos al Spp, cuyos episodios seguiremos leyendo ritualmente cada vez que se publiquen mientras Trapiello y nosotros sigamos con vida. Porque en el Spp está uno de los mejores castellanos de nuestra contemporaneidad, porque somos ya amigos o al menos conocidos de ese AT que con el tiempo parece haber perdido amargura y haber ganado en felicidad, porque a unos interesará su carácter de cronista cultural en una selva de X, Z, Y o siglas reales, a otros su mirada lírica en Las Viñas o en las esquinas de Madrid, su ironía casi siempre cervantina (en este tomo lo he notado excesivamente quevedesco en los retratos, generalmente cuando alguien le cae gordo) o su capacidad de jugar con el lenguaje. Habrá a quien nos guste una cosa o la otra o todas un poco.

Los viajes y crónicas de Éramos otros

Y por centrarme en concreto en Éramos otros, diré que no es esta entrega una de mis favoritas, sin dejar de encantarme. (Si lo pienso con detenimiento, más allá de Las inclemencias del tiempo, cuyo comienzo se me quedó grabado por su belleza, tampoco sabría decir sin repasar mis subrayados cuál de los diecisiete o dieciocho tomos leídos estaría en el top, pero es algo que depende sobre todo de la materia con la que teja el relato cada año.)

De entre los viajes que se relatan en Éramos otros me han gustado especialmente el de Nápoles y el paso por Paestum, una visita al Museo del Zapato de Elda con ocasión de un congreso azoriniano en la vecina Monóvar que demuestra que la literatura está casi siempre en la mirada y otro a Irlanda, tragicómico, lleno de desventuras y de divertidas imágenes como la de los paraguas voladores.

En cuanto a la crónica cultural, a lo largo de este tomo se habla mucho de cómo es recibida la reedición aumentada y corregida de Las armas y las letras. Del ingreso en la RAE de Soledad Puértolas, con la que creo que se topa por la calle, aunque ella trata de rehuirlo, provocando en él la melancolía de la vieja amistad perdida. Del Cervantes a Ana María Matute, de la que critica que se pase todo el año pidiéndolo en entrevistas de diverso pelaje. Hay también cera para Muñoz Molina, que ya la hubo en Quasi una fantasía, el anterior tomo, a cuenta de la publicación de La noche de los tiempos (novela que a mí, en su momento, me encantó)… Alberti, Pere Gimferrer, César Antonio Molina, García Montero, el Planeta a Eduardo Mendoza o la entonces ministra de Cultura González-Sinde (acompañada en un almuerzo, creo adivinar, por Elvira Lindo) son algunas de las figuras más o menos públicas que reciben dardos trapiellescos.

Hay, por cierto, un Trapiello que me gusta y que, quizá estaba yo despistado antes, pero me parece que se ha ido desvelando en los últimos tomos. Se trata de ese espectador de deportes, sobre todo de tenis, del que es un ferviente seguidor y del que sería maravilloso leerle alguna crónica en la prensa diaria o incluso textos más extensos (Open, la biografía de Agassi, y lo he dicho muchas veces en los últimos años, es un libro de primer nivel por lo que se cuenta y por cómo se cuenta, con la prosa del ganador del Pulitzer J. R. Moehringer).

Pero, como en otros tomos del Spp, me gusta especialmente el narrador de sucesos, el poeta bucólico en Las Viñas, el mago que hace un relato de una pequeñez, el poeta de la prosa urbana, el que juega con las palabras y crea neologismos y adopta el lenguaje actual y no es inflexible. El AT que sabe reírse de sí mismo.

Citas de Éramos otros

Para terminar, me gustaría compartir algunos de los textos que, por diversos motivos, pero sobre todo por su fuerza evocadora, he subrayado de la lectura. Las tres primeras podrían ser ¿una poética del Spp?:

Estaba amaneciendo y apenas había luz en el salón. Todo estaba sumido en una penumbra que invitaba a la inacción. Al limpiar hoy la chimenea y sacar la ceniza (así es mi cada día) se encontró uno con un puñado de brasas vivas, como gemas de lava ardiente, tan hipnóticas resultaban. Y juntos, la ceniza y los granates eran del color del vestido de la infanta Margarita de Velázquez. Que la vida nos reserve encuentros como estos (las brasas tan pequeñitas arropadas por la ceniza) es parte de su encanto. La mayor parte de los días no le dan a uno ni eso”

Casi todas las grandes cosas se han dicho ya alguna vez. En filosofía, en estética, en politica. Y a ellas, como borricos de atahona, seguimos dándoles vueltas. En cambio queda por decir casi todo de las pequeñas, en parte porque estas son infinitamente más numerosas que las otras… e invisibles. Ahora, que llegue uno a decir algo grande de algo pequeño es otro cantar”

Y así, con esas historias joviales, fuimos haciendo la tarde”

¿Por qué no cambias esos tubos de neón?, le pregunto. Es como si a una luz cálida le hubieran sacado con un jeringuilla toda la sangre”

Alf metía las correcciones a toda mecha. Le había prometido a L., su mujer, estar en casa para la cena. Pero eran las once y media y allí seguíamos como dos desgraciados, después de doce horas de trabajo. O sea, que lo probable es que la mitad de las correcciones se hayan quedado sin corregir y el libro tendrá más erratas que minas antipersona las selvas camboyanas. Serán como si dijéramos la metralla del libro”

Las tardes de los domingos son, como se sabe, una anomalía de la semana. Algo que parece bonito, como el mercurio, pero que envenena por ósmosis”

Ha llegado el verano sin que se haya ido la primavera, y ahí los tienes a los dos, primavera y verano, sentados a la misma mesa.

La primavera sacó de la alforja el azul del cielo a modo de mantel y el verano bordó en él el vuelo de las golondrinas y de los vencejos, y dejó de lado el pespunte de las cigarras. Para primores y dechados, esos.

Si se enteran los de la Academia, nos lo compran, y preparan con esa tela unos visillos para la docta casa.

Por no hacer triste la despedida, la primavera le aseguró al verano que volvería, aunque hablaba del futuro, y el futuro es tan inconstante y esquivo… El futuro se parece bastante a ese vagabundo que ronda las aldeas y entra en los huertos a robar un poco de fruta. Incluso en los pajares, y hasta en las casas.

Como en esos pueblos suele haber visillos en las ventanas, pues eso, no les ven llegar, y se confían.

Uno hace lo mismo con la literatura, me acerco y, si puedo, entro y robo un poco, nunca más de lo que necesito, con poco se apaña uno. Por poner un ejemplo: hoy el azul y el vuelo de las golondrinas y los vencejos. Esto me llevo.

Todavía no se oye a las chicharras”

El azul de las coles es también de ponerlo aparte”

M. y yo, en silencio, estábamos absorbidos por la lectura, cuando oímos acercándose a la casa por la calleja un puñadito de palabras en voz baja. Parecido al ruido que hacen un par de lagartijas entre las hojas secas. Dedujimos que se trataba de tres o cuatro niños”

Sobre la lectura de los Diarios de Tolstoi:

Todos los tolstoies de esa familia llevando diarios, todos escribiendo de sí mismos con una incontinencia patológica, complicando más y más las relaciones entre ellos y consigo mismos. Se diría que más que de Tolstoi aquella era la familia de Tolstoyevski”

Sobre la visita a Paestum:

Estuvimos paseando dos horas. Poco a poco se fue vaciando el recinto de las pocas personas que habían estado visitándolo. No teníamos ninguna prisa por salir de él, sintiendo acaso que aquel encuentro era a la vez una despedida. No sé si después de aquella vez nuestro amigo RG. volvió a Paestum en los últimos años de su vida. Lo probable es que nosotros tampoco volvamos a ver este lugar, uno de los más hermosos que hayamos visitado. Para mí más hermoso que lo visto en Grecia hace más de treinta años. Y allí tampoco hemos vuelto ni creo que volvamos nunca. De modo que aquel paseo entre las ruinas lo era también por las ruinas de nuestro futuro, quiero decir, de nuestro pasado cuando tengamos el futuro que estamos construyendo con las ruinas del presente”

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