Qué difícil es encontrar maestros y qué importante es contar con algunos -pocos, no nos engañemos, pero buenos, eso sí- a lo largo de la vida. Ese magisterio llega a veces en forma humana, a través de personas que nos influyen, nos impactan y hasta nos moldean. Pero muchas otras veces, la mayoría, llega a través de la escritura, de los libros.
Se publica mucho, demasiado, lamentan (¿quién?), pero constantemente se publican libros que, como dice mi amigo David Varona, “a veces te salvan la vida”, que “te ofrecen suelo firme debajo de los pies cuando te falta”. Lo complicado es dar con esos libros, que han de ser particulares para cada cual.
Hoy vengo a hablarte de uno de esos libros. Del hallazgo de un maestro.

En 2019, el mundo editorial español vivió uno de esos hermosos milagros literarios que te reconcilian con tu cultura. Un ensayo de más de cuatrocientas páginas sobre la historia de la escritura firmado por una filóloga zaragozana y publicado por Siruela fue conquistando progresivamente a prescriptores y lectores y acabó convirtiéndose en un fenómeno de ventas. Hablo de El infinito en un junco, de Irene Vallejo.
La editorial Acantilado ha publicado este año un libro fascinante y profundo sobre el origen de la lengua y la civilización de la Antigua Grecia que, en mi opinión, pertenece a la misma estirpe intelectual que el libro de Vallejo y que merecería también correr de boca en boca entre los lectores de España y más allá. Es este Palabras del Egeo, de Pedro Olalla.
La continuidad de la cultura del Egeo
Palabras del Egeo: El mar, la lengua griega y los albores de la civilización es un ensayo que adopta la estructura de carta al hijo en la que el autor reflexiona sobre el lenguaje de la Grecia clásica, su origen, su forma de vida y su lenguaje. Mientras Olalla espera en la isla griega de Kímolos la llegada de su vástago, reflexiona sobre las relaciones entre el lenguaje, las formas de vida de los antiguos griegos y nuestra propia forma de expresarnos.
A partir de la contemplación del Egeo, Olalla ofrece datos, teorías e hipótesis que contradicen consensos fundamentales manejados hasta la fecha sobre el origen de la civilización. El libro es un catálogo de hallazgos y reflexiones en los que se mezclan la antropología, la arqueología, la historia, la náutica, la genética, la mitología o la filología.
La principal tesis de Olalla es que “nunca ha habido ruptura en el Egeo, sino continuidad y evolución sin pausa; y el mito, las palabras y esas huellas sutiles que, con métodos nuevos, hoy vamos encontrando, seguirán afirmándolo: lo griego es, en el fondo, la larga evolución de la inmensa cultura gestada en este espacio a través de milenios”. El canon historiográfico reinante considera que lo griego empieza con Homero. Que Grecia es una civilización que nace de la colonización de pueblos externos a los antiguos habitantes de la región. Olalla lo rebate.
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La segunda de esas tesis rompedoras que hace de Palabras del Egeo un libro importante para el debate intelectual y científico es la de que “la vida sedentaria y urbana no nació -como suele decirse todavía- con las ciudades de los sumerios y los babilonios, hace cinco milenios, en Mesopotamia. Ni tampoco -aunque siga diciéndose- fueron las civilizaciones del creciente fértil las que, en ese tiempo, descubrieron el arte de la metalurgia y fundieron el bronce por primera vez”. Olalla propone que la vida sedentaria comenzó al borde del Egeo hace más de 10.000 años, centrada primero en la pesca, la caza y la recolección de alimentos, y un milenio después centrada en el cultivo de la tierra, usando azadas y hoces de piedra.
La lengua, vehículo de pensamiento
Pero en este texto me gustaría embelesarme especialmente con el amor por la lengua y el conmovedor entusiasmo con el que Olalla lo transmite. Palabras del Egeo ha pulsado todas las fibras con las que se forjó mi pasión por la lengua y la literatura y que me llevó a estudiar Filología.
¡Qué bueno sería que lo que ahora te escribo te ayudara de algún modo a intuir por qué la civilización empezó con el logos! Es más: por qué no fuimos plenamente humanos hasta el momento en que empezó a fluir entre nosotros ese río en que se funden pensamiento y lenguaje. Gracias a su existencia concebimos el mundo, lo exploramos, lo comunicamos, lo utilizamos para nuestro provecho, lo modificamos, buscamos su sentido, tratamos de entendernos a nosotros mismos. Gracias a su existencia conocemos el tiempo, la memoria, la experiencia. Gracias al logos -piénsalo- vivimos en los otros como un flujo de luz, y no en las reclusión de nuestras pequeñas calaveras.
¿Y sabes lo que más me emociona? Sentir que el logos trabaja sin descanso poniendo en relación imágenes, ideas y palabras, y descubrir a un tiempo que muchas de esas piezas diminutas llevan impreso, sorprendentemente, el sello de la lengua milenaria del Egeo. Sentir en esta playa -como siento el calor o la brisa- una proximidad tan grande a la materia prima de nuestro pensamiento. Porque nosotros hemos heredado las palabras del latín y del griego; pero el griego, desde tiempos remotos, las fue sacando de este entorno una a una, de las rocas, del mar, de la luz y del aire, como voy a tratar de mostrarte.”
Este fragmento de aroma prístino resume el tono general del libro, en el que se abrazan la emoción intelectual y la sensual, el pensamiento y la sensibilidad. Un texto que pone de manifiesto que el lenguaje no es una construcción conceptual para el debate y la discusión de especialistas, sino encarnación humana, vivencia cotidiana (¡materia prima!), que es el origen de lo que llamamos cultura, realidad que debe aspirar a ser sólida y vivencial.
Olalla parte de las palabras del griego antiguo que definen las realidades naturales que rodeaban a nuestros ancestros: el mar, la sal, las rocas, las olas, la luz del amanecer… y a partir de ahí nos hace entender las dos formas fundamentales a través de las cuales el lenguaje se originó: las onomatopeyas y las comparaciones, las métaforas. Lo que le lleva a una bellísima consideración.
El lenguaje es, en el fondo: un ejercicio de comparación interminable. «Esto es como aquello», comenzamos sin duda a decirnos en el principio de los tiempos: la serenidad (γαλήνη) es como el mar en calma (γαλήνη); la risa (γέλω), como la aparición de la luz (gέλως); la leche (γάλα), como la espuma de las olas (γάλα). A veces, fue un sonido lo que nos sugirió la creación de una palabra; a veces, fue una imagen. Para entendernos de manera intuitiva -de manera instintiva-, fuimos proyectando los rasgos de una cosa sobre otra, los de un ser sobre otro; trasladando nuestras experiencias con el agua -con el aire, la piedra o el fuego- a planos más abstractos, para poder nombrar cosas no nombradas aún; alargando, como el niño que crece, una mano a lo nuevo, así dos con la otra a lo ya conocido; y, cuando dominamos ese osado juego, llevamos finalmente las imágenes del nítido paisaje exterior al vago e impreciso paisaje del alma. puede que el mundo, entonces, ya estuviera creado; pero, en aquel momento, en el momento en que nació el lenguaje como entramado de comparaciones, el hombre comenzó a recrearlo de nuevo. (…) Si lo que ahora te digo fue realmente así, el lenguaje no sería otra cosa que el testimonio de una lectura poética del mundo”
“Enamorarse es más poético que ponerse poético”, creo recordar que escribió Chesterton. El hecho de hablar, de usar el lenguaje, sería también más poético que hacer poesía.
La verdad de las mentiras
Otra de las cuestiones que Olalla nos recuerda y que ayuda a entender el valor de la literatura y de la ficción es que en los mitos, en los relatos, subyacen verdades. Verdades no solo morales o conceptuales, sino incluso geográficas, técnicas, astronómicas… La tradición literaria puede ser fuente de conocimiento científico. La verdad de las mentiras, que decía Vargas Llosa.
En el mito hay memorias que vienen desde el Paleolítico; hechos que aquellos hombres deseaban que fueran recordados y que, con ese fin, colocaron a bordo de la única nave que podría llevarlos al futuro: la nave del mito, un relato común sustentado en la memoria colectiva, destinado a crecer para seguir viviendo, y no sujeto a formas inmutables que pudieran lastrarlo con el tiempo hacia lo incomprensión o hacia el olvido. Una nave proteica, como ves; una bola de nieve que ha ido sumando copos de miles de tormentas”
Y al usar la metáfora del relato como una nave, Olalla no lo hace a la ligera. Porque Palabras del Egeo nos enseña que el mar y la navegación conformaron la vida, el progreso, la mirada y el pensamiento de los habitantes del Egeo. Los datos que sobre la navegación que ofrecen el lenguaje, los antiguos relatos y los hallazgos arqueológicos recientes sirven para defender que los habitantes del Egeo estaban mucho más avanzados en la Edad de los Metales de lo que se propone habitualmente.
Creo que -en este ir remontando el curso de la antiquísima civilización que se desarrolló aquí, en el entorno del Egeo, de forma continuada desde el paleolítico- nos hemos dado cuenta de algo fundamental que tal vez, de otro modo, no hubiéramos siquiera imaginado: que el elemento más antiguo y más constante en la conformación de todo ese proceso civilizador fue, precisamente, la navegación. Las naves, sí, que posibilitaron esa vida «como ranas alrededor del mar»; que existían ya en tiempos en los que aún era pronto para hablar propiamente de civilización; que es probable que fueran el primer gran ingenio colectivo de los seres humanos; que fueron anteriores a las casas -de una necesidad tal vez más perentoria-, y que araban ya espumas antes de que el arado abriera los primeros surcos en la tierra.
Desde luego, esta cultura del Egeo nunca hubiera sido lo mismo sin el mar; pero me pregunto si lo que nosotros entendemos por civilización -fíjate bien- hubiera podido realmente ser lo mismo sin las naves que hicieron transitable el mar, que posibilitaron el encuentro y la colaboración entre comunidades distintas. Más bien, creo que no. Que todo hubiera sido diferente. Y solo se me ocurre otro elemento civilizador tan antiguo, constante y comunicador como las naves (aunque, sin duda, más arcano y oscuro): la lengua. ¡Otra nave, Silvano, la lengua!”
Este entremezclarse del mar, del lenguaje, de la historia de una civilización y de la tecnología humana, está desarrollada con agudeza e inteligencia en textos que maravillan intelectual y sensiblemente y que provocan en el lector un amor por el piélago. O por el ponto.
“Naves y pensamiento son términos de una comparación no inocente. Puede que, para nosotros, la identificación de las naves con el pensamiento sea, en efecto, una metáfora acertada (pensar es, en el fondo, ‘navegar’ por el mar de la imaginación, con la ligereza y la celeridad que enfatiza en el verso la imagen de las alas); pero el aedo -y, sin duda, muchos de los que lo escuchaban- sabía bien que en las palabras ναuς [naus] y νouς [nus] –nave y pensamiento– subyace desde siempre una idea común -νεω [neo]- la idea de ‘flotar sobre el agua’. O dicho de otro modo: para la lengua griega, la idea de la nave ya estaba contenida en la del pensamiento”
Vagar por el ancho mar, sentir su fuerza y sentir sus latidos, ser modelado por su efecto y por sus experiencias, hubo de ser una expresión de vida tan plena y genuina para esta civilización del Egeo que el verbo πελω [pelo] llegó a ser sinónimo de vivir y existir”
«Que lo primero que aprendan los niños sea a nadar y a leer». Esta disposición del sabio Solón, recogida en las primeras leyes escritas que tuvieron los atenienses, es como un monumento lapidario del profundo arraigo que, en pie de igualdad, han tenido siempre la palabra escrita y la navegación en la cultura griega. No creo que de otra civilización pudiera proclamarse tan rotundamente algo parecido”
Para terminar, y como un libro lleva a otro, os cuento que leyendo Palabras del Egeo he conectado con otro libro que mezcla mediterraneidad y etimologías y que os recomiendo efusivamente: Breviario mediterráneo, de Predrag Matvejević, un libro menos sistemático que el de Olalla -es casi un cuaderno de apuntes- pero lleno del mismo espíritu humanista y sensual. Con una cita de este último libro cierro esta entrada sobre la obra de Pedro Olalla:
Al aproximarnos al Mediterráneo, elegimos ante todo un punto de partida: una costa o una escena, un puerto o un suceso, un periplo o un cuento. Luego, ya no importa tanto de dónde hayamos salido, cuenta más hasta dónde hemos llegado que hemos visto y cómo lo hemos visto. A veces, todos los mares parecen iguales, sobre todo cuando la travesía es larga; a veces, cada mar es diferente”
Breviario mediterráneo, Predrag Matvejević, Anagrama, 1991, traducción de Milijov Telecan