“Qué distinto se ve el siglo XXI desde el siglo XX”, dice la narradora de La memoria del alambre, para poco después confirmar “qué distinto se ve el siglo XX desde el siglo XXI”. Frases aparentemente unívocas que hablan, claro, de la Historia con MAYÚSCULAS pero que sobre todo hablan de cada uno de nosotros: se ven diferentes nuestros 40 años desde los 15, nuestros 15 desde los 40 años, como en el caso de la narradora de la novela de Blasco, que recuerda una adolescencia salvaje en la Valencia de finales de los 80 cuando, venticinco años después, la madre de su amiga Carla se pone en contacto con ella por correo electrónico para preguntarle qué llevaba su hija en los bolsillos el día que fue arrollada por un tren.
La memoria del alambre
Autora: Bárbara Blasco
Editorial: Tusquets Editores
Páginas: 187
Año de publicación: original, 2018 / esta edición, 2022
Alguien me explicó una vez que el alambre posee memoria, que una vez que se ha doblado, por más que trates de enderezarlo, por más que intentes devolverlo a su posición original, siempre tenderá a combarse, a adoptar la maleada forma.
La adolescencia es como ese momento en que se tuerce el alambre. Es bueno comprender lo inane de la propia voluntad y no seguir engordando la culpa, no seguir añorando la rectitud en vano. Es bueno recordar que el alambre tiene memoria.”
Bárbara Blasco (Valencia, 1972) publicó esta su segunda novela en 2017, en una pequeña editorial llamada Contrabando. En 2020, con la sobresaliente Dicen los síntomas, recibió el Premio Tusquets. Ahora, la editorial de Planeta reedita esta historia sobre la relación entre dos chicas adolescentes en el Levante fiestero que todavía disfrutaba de la libertad de los tiempos pre-Alcàsser, en un período que podríamos llamar posmovida. O posmoguda, en valenciano.
A los catorce, no concebíamos la idea de dejar pasar ninguna oportunidad para ser felices. Aún creíamos que podríamos salir indemnes. Fue justo antes del silencio.”
La memoria del alambre es una novela excelente, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. Relata una historia de adolescencias femeninas en una época literariamente poco explorada con un estilo directo y crudo pero que no renuncia a las imágenes y a un uso creativo del lenguaje. Y lo hace con una estructura que juega inteligentemente con dos planos temporales. El presente de la narradora, una cantante de orquesta de pueblo que vive su peripecia vital como un fracaso, y su pasado de música ochentera, discotecas, sexualidad y drogas junto a Carla, esa amiga referente, admirada y al mismo tiempo envidiada, tan querida como susceptible de ser traicionada.
Las trampas de la memoria
Estos dos planos temporales ayudan a que el ritmo de la novela no decaiga, pero también nos trae la historia al presente. Hace que, como lectores, nos sintamos más fácilmente concernidos, y que no sea una historia que nos podrían haber contado hace treinta años. La dedicación de la narradora a cantar una música que odia tiene algo de broma macabra del destino (memoria del alambre torcido) y algo de anclarla al pasado, como si fuera incapaz de avanzar y como si hubiese de hacer penitencia por su culpa. Injusta culpa.
Pero, sobre todo, y a medida que avanza la trama, nos sirve para comprender que ese juego bidireccional de miradas entre el siglo XX y el XXI (“qué distinto se ve”) no habla tanto de la experiencia acumulada o de la falta de ese sedimento vital, sino de las trampas de nuestra memoria, que reinterpreta el pasado a su antojo a través de los recuerdos para darle un sentido al presente o simplemente para protegernos del horror.
Blasco aprovecha esa duplicidad de hilos argumentales para construir un brillante desvelamiento final. Brillante no solo porque suponga un vuelco argumental, y nos provoque ese placer de la adrenalina narrativa ante los giros inesperados, ante los descubrimientos. Esa especie de anagnórisis en La memoria del alambre, de revelación de lo que sucedió (contado con sutileza, como atestigua esa lectora que pide en las reseñas de goodreads que alguien amable le explique el final) y de cómo eso pudo influir en la muerte de Carla, arroja nueva luz, terrible, sobre la mirada de la narradora durante todo el libro. No, no salieron indemnes. Ni una ni otra.
La sumisión a Carla (“No me importa ser su sombra, diluirme en ella hasta desaparecer”), por otra parte tan propia de ese cuasi-erotismo de las relaciones adolescentes femeninas, podría así ser una forma de remordimiento, un empequeñecimiento de su figura para rebajar la culpa. El final ayuda así a entender que el malestar de la narradora durante toda la novela no es una pose malditista. Entendemos su fracaso vital a partir de esa memoria del alambre. Y comprendemos que esa memoria de la que habla el título es también la memoria tergiversada (como necesario mecanismo de defensa) de la narradora.
De ahí que al final se vea en la obligación de volver a contar la historia desde el principio, esta vez a su amiga muerta. “Querida Carla:”, cierra la novela.
En el fondo, todas las drogas, las de ahora y las que vendrán, sirven para lo mismo: para hacerle trampas a la memoria”.
Autoras que cuentan las adolescencias de los 80 y 90
Creo que es interesante enmarcar la novela de Blasco en esa ola de creadoras actuales españolas cuyas voces están dominando el panorama narrativo, tanto audiovisual como literario, para volcar su mirada sobre finales de los 80 y comienzos de los 90, a partir de la experiencia personal de su niñez y adolescencia. En mi cabeza, La memoria del alambre entronca con la película de Pilar Palomero Las niñas o la también opera prima de Carla Simón, Estiu 1993.
Si bien La memoria del alambre es un poco anterior en el tiempo (año 87 frente al 92-93 de las otras) y nos encontramos con unas chicas plenamente metidas en la adolescencia, con experiencias de ocio y sexuales mucho más adultas, comparte la originalidad y la particularidad de construir una suerte de bildungsroman femenino, algo a lo que no estábamos acostumbrados. Así, la crónica emocional de ese magma temporal anterior a lo milenial -que sería demasiado simplista llamar generación X-, como si España no tuviese sus particularidades sociopolíticas, tiene firma de mujer. Las voces de estas creadoras y sus experiencias están ampliando el campo literario y narrativo, multiplicando la diversidad de miradas y enriqueciendo con ello la de lectoras y lectores, la de espectadoras y espectadores.
Como ves, no tengo certezas que ofrecerte, solo palabras, la trampa de las palabras que nos atrapa desde los dos años y no nos suelta hasta oírnos expirar. Aunque callara ahora, lo haría con palabras”