Contra la cancelación

Los nazis han hecho mucho daño. Iba a decir que en eso todos estaremos de acuerdo en esto pero qué tontería, siguen existiendo nazis y filonazis en el mundo, por supuesto. Si existió Dahmer o existe Joseph Fritzl, ¿cómo no va a haber nazis entre nosotros? Pero eso: los nazis han hecho mucho daño al debate intelectual. Por aquello que ya enunció Godwin de la inevitabilidad de que a medida que una discusión se prolonga acabe produciéndose una comparación con Hitler o los nazis. Los nazis han hecho más difícil el enfrentamiento enriquecedor de ideas. Es fácil desarticular una conversación apasionada por la vía de “¡fascismo!” (no confundir con desarticular el argumento).

Digo todo esto para reflexionar sobre la cultura de la cancelación. No en su forma canónica, de ostracismos profesionales, vetos en medios y universidades, etc., etc., que, por cierto, muchas veces solo reflejan el cambio de la moral hegemónica en la que, a lo mejor, ser hombre o/y una persona cishetero o/y blanca o/y universitaria ya no te hace tener la sartén por el mango todo el rato en todas partes. Hablo de la simple idea de poner a alguien en tu lista negra porque defiende algo que consideras intolerable. Cuando a su vez la lista de ideas intolerables crece y crece sin pausa.

La icónica feminista Chimamanda Ngozi Adichie sugiere que los derechos de las mujeres pueden estar amenazados por los derechos trans. Argumento que venimos escuchando por una parte del feminismo. Palabras que para mucha gente la convertirán en una persona tránsfoba. De repente, todas las ideas que puedas compartir con ella, todos los pensamientos de Adichie que te hayan hecho profundizar en verdades o avanzar en tus ideas, quedan invalidados. Y ese es para mí el gran peligro de la cultura de la cancelación como estado mental e intelectual. Resumir una persona a un posicionamiento ideológico. Y a partir de ahí, la concepción de que acabar con una idea injusta es expulsar a quienes la defienden del debate. A una persona o a toda una forma de entender el mundo. Es humana e intelectualmente empobrecedor. Y muy peligroso.

Si la afirmación de Adichie es tránsfoba, lo es la afirmación, no ella. ¿Qué aporta lo contrario? ¿Una falsa seguridad intelectual? ¿Una supuesta confortabilidad a la hora de entender el mundo?

No apartes a una persona querida solo porque defienda algo que te resulte horrible. No invalides todas las ideas de alguien solo porque crea en algo que te parece aberrante. En primer lugar, pon en duda tu propia forma de ver el mundo, plantéate si la otra persona tiene algo de razón en su argumento. Si no es así, no renuncies a lo que la otra persona puede aportarte fuera de esa idea en concreto. Y si realmente consideras que el ser, la identidad de esa persona queda definida por ese argumento erróneo, entonces piensa si tu umbral de tolerancia es poco flexible. Y también que ideas y ser no se identifican necesariamente: la incoherencia entre lo que uno piensa y cómo uno se comporta es habitual, se pueden tener ideas estalinistas y ser amorosa con un prójimo de derechas. Si todo esto no te convence, ya solo me queda decirte que seas una persona pragmática: puedes borrar a esa persona de tu conversación, intentar que desaparezca del debate público. Pero, a la larga, la forma de cambiar una visión del mundo no se hace mediante la negación del intercambio de ideas.

No digo que haya que enzarzarse con troles, con gente que no quiere cambiar su forma de pensar, con cerrados de mente e intolerantes. Ni que uno tenga que convencer a todo el mundo para lograr de una aprobación de la ley que le parece justa y necesaria. Solo digo que si todos vivimos en nuestra cámara de eco, en nuestro espacio seguro, se hace difícil convivir, hacer que la democracia avance. Tiendo a colocarme en la posición de que el pensamiento no delinque.

Creo que el mundo no es binario. No hay dos formas de ser, de entender, de entenderse. Podemos usar etiquetas para hacer más comprensible la realidad pero a la hora de afrontar un debate intelectual, e incluso una relación emocional con otras personas, no podemos reducir la vida a dos posiciones -antagónicas-. Es el camino hacia la trinchera y la polarización, esa droga oculta. Hay que defender los matices. No los grises, sino el arcoirís.

Eres muy libre de no meterte en debates con gente que consideras machista. O tránsfoba. O racista. O anticlerical. O estalinista. O fascista. O nazi. Puedes incluso pensar que las personas LGTBIQ+ defienden su derecho a ser y existir y tener derechos reconocidos por ley para joderte a ti. Son un lobby, una ideología, el mal, Satanás. Puedes creer que la gente religiosa es idiota, ignorante y malvada y la religión, responsable de todas las guerras y la violencia. Ambos pensamientos, como ejemplos de otros tantos, solo son el reflejo de la indigencia intelectual. Depauperan tu mente. Y respecto al ámbito social, dificultan la convivencia.

Soy consciente de que a una persona trans le puede indignar que un cishetero como yo se permita decirle cómo hay que afrontar un debate en el que se niega lo que siente, lo que es. Hay quien considera su condición algo malo, una anomalía moral y/o biológica. Lo hago porque creo que así se construye una sociedad mejor. Y porque pienso que se puede empatizar con alguien y traducir sus emociones aunque no se comparta su identidad. Tampoco creo que la identidad se defina por un solo rasgo, por muy crucial que este sea.

O puede que me equivoque. En parte o del todo.

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