Libro extraño y particularísimo este de Irene Solà (Malla, Barcelona, 1990). Licenciada en Bellas Artes, su obra literaria -en catalán- incluye antes de este un poemario y las novelas Los diques y Canto yo y la montaña baila. En Te di ojos y miraste las tinieblas, Solà bebe de leyendas del folclore catalán, de la geografía de la sierra de Les Guilleries, de recetarios medievales y renacentistas, de historias de bandoleros y de sucesos de la historiografía social y política, que actúan como telón de fondo, como hitos en el discurrir de la azarosa vida de los protagonistas del libro.
Te di ojos y miraste las tinieblas se sitúa en el último día de vida de Bernadeta, que agoniza en la cama de la masía en la que vive, en la sierra de Les Guilleries. A su alrededor se reúnen las mujeres que la antecedieron y la sucedieron, fantasmas que recorren la historia de la casa y cuyas vidas conoceremos a lo largo de las páginas del libro, un relato discontinuo y a veces enloquecido sobre una genealogía de mujeres marcada por el pacto con el diablo que la primera de ellas selló.
El libro de Irene Solà es como el caldero de una bruja que Dios o el Diablo removiesen, una imagen que casa con el material legendario que recoge y reelabora. Con el tono despiadado y telúrico que impregna su texto. La novela es también como un cuadro tenebrista pero festivo, surrealista, abstracto, descompuesto, deconstruido. En movimiento.
Te di ojos y miraste las tinieblas
Autora: Irene Solà
Traductora: Concha Cardeñoso
Editorial: Anagrama – Narrativas hispánicas
Páginas: 167
Año de publicación: 2023
Hay, sí, una coherencia. Un comienzo y un final, en torno a esa mujer vieja y fea que agoniza en medio de “una oscuridad morada y bulliciosa, opaca, grana y azul a un tiempo, zumbadora, pecosa, ciega, espesa, honda y brillante a la vez”. Hay una línea temporal en esta genealogía de mujeres, que podría desentrañarse en uno de esos artículos sobre el orden cronólogico de las películas de una saga. “En qué orden ver las películas del universo Marvel”.
Pero ni siquiera hay una lógica realista en esa cronología, ya que la mujer que abre la estirpe vive en el siglo XVI y la que la cierra está en el siglo XX o XXI, espacio temporal que no se cubriría solo con siete generaciones. O sí, si hablamos de brujas y de fantasmas. De ensoñaciones.
Basta esta mínima coherencia a la que aferrar nuestro entendimiento para recorrer este viaje lector. Porque es posible que lo que quiera la autora sea precisamente jugar con la confusión, el maremagnum, la barahúnda, el zipizape, el pifostio, la batahola, el guirigay. Una algarabía que modela con un lenguaje musical, rico en significados y sonoridades, en una cadencia oracional de golpes breves, furiosa e ininterrumpida.
En Te di ojos y miraste las tinieblas no hay nada de la paz rural con la que los urbanitas estamos acostumbrados a asomarnos literariamente al agro. El libro de Irene Solà tiene la fuerza de los relatos contados desde dentro de la tradición y de la tierra, ese lugar que te permite un tono escatológico, en su doble sentido, tanto en lo que se refiere a hablar de heces, de orines, de cuerpos repugnantes, de coitos, de matanzas de animales, como por su capacidad de referirse a Dios o al Diablo, a la muerte y al más allá, mantener un tono escatológico sin resultar desagradable ni impostada.
Elisabet lo cogió en brazos, y vio que había parido un niño más feo que una mueca. Una criatura de atemorizada y flaca, roja y granujienta, con la cabeza como un huevo, la cara arrugada y los deditos como zarpas, que no se parecía al Clavell porque era feo, como si no tuviera padre. Malcarado como si no tuviera ni madre. Pobrecito. Y Elizabeth lo consoló y pensó que a un animalillo desfavorecido y poco agraciado sí que podría quererlo”