Escribir poesía es una forma de codificar un diario íntimo, por lo que no es extraño que una poeta sea capaz de construir un relato autobiográfico de alto nivel literario. En Lo que hay, debut narrativo de Sara Torres, con los vectores “poesía” y “autobiografía” se cruzan “duelo por la muerte de la madre”, “poliamor”, “lesbianismo” o “análisis del deseo”. Un cóctel que tal vez suene excesivo para mentes convencionales pero que da lugar a una obra original y llena de sensibilidad. Una novela que amplía el campo desde el que observar el amor y la muerte, esos temas.
Lo que hay
Autora: Sara Torres
Editorial: Reservoir Books
Páginas: 224
Año de publicación: 2022
Me siento absurda. Aburrida de mí misma. Me confundí de personajes. No era Ella, ni éramos juntas Ella y yo. He querido escribir una gran historia donde en realidad hubo un incendio de cola mojada como sin fuerza para mantenerse. Enmarañé mi luto, se mezcló, dolida por todo lo que significa que una mujer te elija, con su pasión injusta, rota, y luego se vaya”
Ella es la chica con la que Sara hace el amor en Barcelona mientras su madre muere en Gijón, debido a un cáncer que empezó con un bulto en el pecho unos años antes. Ella es la pasión truncada, inconclusa, que no quiere ser compartida con D., la novia de Sara, que está a punto de trasladarse desde Londres y sabe que su pareja tiene otras relaciones pero no quiere saber.
La narradora anuda y desanuda ambos duelos en un relato poético en el que se mezclan sensualidad e intelectualismo. Torres construye imágenes agudas y conceptos analíticos para tratar de explicar de qué se compone el deseo, a través de la relación con el cuerpo enfermo de su madre y el cuerpo joven de una amante. Todo ello, con una prosa clara y elegante.
El amor múltiple y lesbiano
Una de las grandes riquezas temáticas del libro, por poco explorado en la literatura, es la expresión emocional y discursiva (a través de sentimientos y de un armazón que quiere ser ideológico) del amor erótico entre mujeres y no unido a la exclusividad, a la monogamia.
La autora demuestra en Lo que hay que ha reflexionado mucho sobre el deseo desde su condición lesbiana. Por eso, a lo poético se une un cierto aire ensayístico. Se nota el carácter intelectual de Torres. Y, sin embargo, la honestidad de la narradora al escribirse y su no pretensión de universalidad alejan el libro del panfleto. Dice la Torres profesora de universidad:
Hemos de atribuir significados a las palabras con rigor si queremos comunicarnos. Definid vuestros términos libremente, pero dedicad tiempo a entender qué significan las palabras que decís a los otros”
Y ese es el empeño de la autora poeta e intelectual y de la narradora amante e hija.
Como es lógico, este empeño deriva en contradicción, pues cuando uno trata de enfrentarse al deseo con valentía y cara a cara no queda otra que mostrar las costuras de nuestra naturaleza inestable y cambiante.
Por un lado, se queja de que D., su novia, no quiera escuchar sus sentimientos con toda crudeza. “¿Qué quieres, que te pregunte qué tal estás llevando el haberte separado de la niñata esa? No te voy a preguntar y, además, es que me da igual. Tú necesitas hablar, yo no. A mí ese tema me aburre”, le dice D. cuando ya se ha establecido con ella en Barcelona y la relación con Ella ha sido interrumpida por esta. Y más adelante, hablando sobre el duelo por ese truncamiento amoroso, reprocha a D. que “aunque cree que eso no tiene que ver con ella, resulta insoportable la forma en la que continúa como si nada, sin reconocer mi experiencia o darme espacio para que transite por esa otra falta tan concreta”.
Pero por otro lado, cuando se topa con una carta no enviada de su novia a otra mujer en la que D. se dirige a ella en los mismos términos en los que se dirige habitualmente a Sara y prometiendo el mismo “vínculo, único en la vida”, el cuerpo se le llena de rabia y dice:
Lo que despertó esa carta no eran celos irracionales hacia tus relaciones anteriores. Sino la ruptura de la fantasía, el colapso del relato que me habías contado sobre nuestro amor, y al que yo me agarro cada vez que te elijo y me alejo de otras personas a las que amo y quizá amaría. Lo que hizo la carta es revelar que me buscabas en los mismos términos en los que habías buscado a otras. Con la misma melancolía y con el mismo miedo a estar sola y a tener que comenzar un nuevo vínculo.
(…)
No te culpo de nada. Estoy segura de que esto lo hacemos todos. Mentir. Como si nos fuese la vida en ello. Buscar ansiosamente el amor incondicional vendiendo a cambio la fantasía de que también podremos entregarlo”
Y termina reconociendo que “cuando he amado a distintas personas a la vez sostuve igualmente una fe apasionada en que ellas me quisiesen sin condiciones y para siempre”. Es en autorrefutaciones como estas donde mi yo lector conecta definitivamente con la brutal rectitud de la narradora para mirar frente a frente sus emociones.
No quiero terminar el tema de la relación amorosa sin poner algún ejemplo de esa forma inteligente y directa de contar el amor que emplea Sara Torres:
Ella y yo nunca conoceremos el verano, no habrá modo de volver a verla. Todas las amantes desean llegar juntas al verano, entregarse la una a la otra en la desaceleración del tiempo, bajo un sol sin obligaciones rutinarias. el enamoramiento exige la suspensión de la actividad mundana, oficial, productiva. Necesita poder beneficiarse de una holgazanería vivida en estado de plenitud y es ahí cuando más extenso y revelador se vuelve. Redimirnos del tiempo adulto hace del enamoramiento algo revolucionario”
La relación madre-hija
Y junto al análisis vivido del amor erótico y los celos, el amor materno y los celos. La relación con el cuerpo en decadencia de su madre, la ausencia en el momento de la muerte
Son misteriosas las formas en las que una hija se identifica con el cuerpo de su madre”
Si misteriosas son para una mujer como Sara Torres, fascinante en un sentido amoral de la palabra resulta para mí, hombre hetero, la manera en la que las mujeres son capaces de relacionarse con su propio cuerpo y la que tiene la narradora de hacerlo con su madre en este libro. La relación de las mujeres con el cuerpo es en líneas generales muy diferente al del hombre heterosexual. El suyo, el tuyo, el vuestro, es más consciente, mucho más profundo. Para bien y para mal.
Quizá tiene que ver con eso que Jan Morris cuenta en Enigma (traducción de Ana Mata Buil para Gallo Nero Ediciones) cuando reflexiona sobre el cambio en su sensibilidad cuando comenzó a tomar hormonas femeninas para adecuar su sexo biológico a su género:
El resultado más inmediato no fue exactamente una feminización del cuerpo, sino más bien el acto de desprenderme de la gruesa coraza que recubre el cuerpo de las personas de sexo masculino. No me refiero únicamente al vello corporal, ni siquiera al tacto de la piel, similar al cuero, ni siquiera a todas las protuberancias musculares y fibrosas; por supuesto, todos estos elementos se desvanecieron a lo largo de los siguientes años, pero con ellos se esfumó también algo menos tangible, que ahora sé que es específicamente masculino: algo similar a una capa invisible de resistencia acumulada, que proporciona un escudo para el macho de la especie pero que, al mismo tiempo, amortece las sensaciones del cuerpo. (…)
Me sentí al mismo tiempo más libre y más vulnerable físicamente. No tenía armadura: no solo creía notar más el calor y el frío, sino también los estímulos del mundo que me rodeaba. Disfrutaba del sol de un modo más directo y físico, y por primera vez en la vida entendí el sentido de tumbarse sin hacer nada en la playa. El viento afilado penetraba en mí con más ferocidad. Era como si pudiera notar el peso mismo del aire presionando sobre mi persona, o arremolinándose a mi alrededor, y llegué a pensar que, si cerraba los ojos, la presencia de la luz lunar me refrescaría las mejillas”
También en la relación con su madre, Sara mira cara a cara al deseo y las emociones. Tras la muerte, reconstruye el vínculo, o más bien lo abrillanta. Quiere ser esa buena hija que era intachable en todos los ámbitos para compensar la supuesta falta que en un entorno de ciudad de provincias suponía ser lesbiana. Pero a medida que avanza el libro, ella se reivindica. Afronta las toxicidades que sobre ella proyectaba su madre, sus celos, sus comentarios veladamente hirientes y homófobos sobre sus relaciones …
Pero ¿cuáles son los hechos, mamá? Un montón de emociones en derrumbe. No era tuya la verdad, ni era mía.
¿Qué es el amor que pedías, el amor incondicional? Ponerte por delante de todo, entender tu historia y que fuera la primera, por delante de la historia de mi padre, por delante de mi propia historia, aunque de esta tampoco estoy segura. «Tú te inventas las cosas, Sara, eres fantasiosa, siempre te inventas las cosas».
¿Estoy mintiendo ahora? ¿Creer en las mentiras que tú también te contabas habría sido un gesto de amor incondicional?
Tal vez soy incapaz de entregarme porque deseo demasiado. Tengo en la mirada el quiebre del carnívoro, que elige un cuerpo entre los otros, lo persigue con obcecación y hasta en ensoñaciones lo alucina si no está presente”
El duelo se completa. O al menos una fase fundamental. En ese camino, la hija nos deja brillantes análisis de la presión que el cuerpo de la mujer sufre en nuestra sociedad, especialmente en unas páginas excelentes durante las que relata la reconstrucción del pecho de su madre y el rechazo físico a una prótesis mamaria que un médico «reconstructor» de autoestima de presencia “paternalista, bronceada e incluso seductora” quiso rápidamente implantarle tras la mastectomía.
¿Cómo miran los hombres a las mujeres enfermas? ¿Cómo se muestran las mujeres enfermas a los hombres que aman? Y cuando las mujeres ocultan su cuerpo, ¿por qué lo hacen? ¿Cuáles son las consecuencias de una mirada que no encuentra el pecho, el objeto fetiche que da sentido a la diferencia sexual?
No puedo contestar. No he vivido en primera persona a esta historia. Pero sostengo las preguntas, las agarro, las pongo de frente, porque si soy hija de un hombre y de una mujer, en el sentido más convencional de los términos, de una sociedad que construye distintos a hombres y mujeres y les hace vivir juntos, les hace procrear, a menudo sin llegar a conocerse… pues nadie ha de pronunciar su verdad, por miedo a despertar horror en la imaginación del otro. Como mi madre, yo también temo ser contemplada con miedo o asco. y a la vez que temo el aislamiento que conlleva algunas veces la enfermedad, temo la enfermedad con amor, pero sin sincronía, porque el cuerpo que duele rara vez consigue sentirse acompañado. De entre las cosas que me asusten, está en primera línea el viraje de la mirada de una a otra que no pueda soportar los cambios de mi rostro acometido por el dolor.
Escribe David Le Breton: «para comprobar la intensidad del dolor del otro es necesario convertirse en el otro. La distancia entre cuerpos, la necesaria separación de las identidades, hace imposible la penetración en la conciencia dolorosa del otro […]. Para conocer la violencia del fuego es necesario haberse quemado. No obstante, perdura la impotencia para conocer la proporción del sufrimiento de otro que también se ha quemado». Algún día tuve la esperanza de que Le Breton hablase no de un universal del dolor y la distancia, sino de la historia de los hombres y las mujeres.
Torres termina esta consideración admitiendo con cierto espíritu de derrota que “todo este tiempo he querido creer que existe otra clase de amantes, las lesbianas, que se caracterizan por ser capaces de imaginar el cuerpo de la otra tanto en el dolor como en el placer”.
Pero, en último término, todos somos sensibilidades particulares por mucho que podamos parecernos: mujeres, hombres, no binarixs, bis, heteros, homos, trans y cis… Por eso, solo un esfuerzo de comprensión y apertura y un espíritu íntegro con el lenguaje puede conseguir que nos comuniquemos correctamente, que seamos capaces de vivir experiencias compartidas. No es pequeña lección.